seis horas, desvanecí completamente y quedé tieso, privado, como una pobre rata tras un banquete de Racumín.

Día 2, domingo, es de madrugada, aproximadamente las dos y estamos listos. El frío aún golpea, pero he dormido más de seis horas y estoy bastante repuesto. Por ser la primera vez que vamos a este lugar para los integrantes de todo el grupo, es obvio que demoraremos más en encontrar la ruta. Solo observo y sigo, no es mi lugar, pero si hay algo que aportar lo hago.

6am. Hemos llegado al glaciar, con 5400 msnm, aproximadamente. El terreno es blando, son 10 cm. de nieve y se nos hace difícil caminar, pero para mí lo más difícil es mantener el ritmo de los muchachos. Caminamos bordeando la masa glaciar, entre hielo y rocas. De repente, como si el Apu Solimana hubiese despertado y reaccionado, nos damos cuenta de que un desprendimiento ocurre por arriba y algunas rocas comienzan a rodar por el collado en el que nos encontramos. Es mejor cruzar el glaciar en vez de bordearlo, vamos por el medio, si seguimos aquí es probable que una de esas rocas nos arrastre. Subimos diez y bajamos diez, dice nuestro líder de expedición.

9 am. Estamos en el centro del Solimana. Si hacemos de 360° podemos apreciar cuatro cúspides, cuatro cimas y desde el lugar en que estamos todas parecen tener el mismo tamaño. No tenemos idea de cuál de esas cuatro será nuestro destino, pero yo observo que una sobresale ligera entre las demás y pienso que debe ser ahí a donde nos dirigimos. Hay una canaleta bien dibujada, estamos cansados pero ya falta poco, ¡falta poco, carajo!, son los gritos que damos para animarnos y entusiasmarnos aún más.

 
Foto superior: el porteo duro, clásico en las montañas del sur del Perú.
Los pequeños desniveles me han destro zado las piernas mientras el sol que tanto reclamábamos finalmente aparece y brilla en todo su esplendor. Ahora quema pero no descongela, porque el riachuelo que debería acompañarnos por toda la quebrada continúa siendo un macizo bloque de hielo. Si el día es así, no quiero imaginar cómo será por la noche.

Continuamos el trayecto, pero he quedado muy atrás del grupo. Al arribar percibo que sus tiendas ya están armadas; Paola me espera bastante disgustada, está a punto de estallar en reclamos porque era yo quien llevaba la carpa que compartiríamos, se había estado "pelando" de frío mientras esperaba que apareciera. La temperatura baja aún más y se me van las ganas de cocinar. Rápidamente armo la carpa y ahí, sin más ni más, sea por el sofocante sol de mediodía o la porteada de