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Poco más de mil kilómetros me separan de Lima, esta vez se me será difícil imaginar que estoy a un paso de regresar a casa. Arequipa será, por unos días, mi nuevo hogar; un nuevo aire, un nuevo reto, un nuevo nevado: el Solimana. Días atrás hablé por teléfono con Paola, una amiga que conocí en un viaje a Ayacucho hace un par de años. La comunicación que teníamos era esporádica, solamente saludos y felicitaciones cuando hacíamos cumbre en algún nevado, ella en Arequipa y yo en Huaraz, de ahí no hablábamos siquiera en navidad. Para esta temporada, en medio de una loca ocurrencia, me invitó a ascender el Solimana; “es el único nevado que me falta escalar”, dice ella. Esta todo listo: tenemos la van (transporte), todo el equipo y contamos contigo; somos un total de diez personas, todos montañistas locales, el único invitado serás tú, pero no te preocupes porque son todos buenos compa |
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ñeros. No dudé al tomar esta decisión, a pocos días de la llamada ya estaba en Arequipa, muy emocionado.
Cuando llegué a Arequipa, sentí algo extraño; habían pasado alrededor de seis meses desde mi última visita, en aquella ocasión el Colca había sido cómplice y testigo de una acalorada (por no decir calentona) situación, pero esa es en realidad otra historia. Probablemente vinieron algunos recuerdos a mi mente.
Esta vez llegue puntual a la reunión. La catedral cerraba sus puertas mientras el escondite de las monjas hacia lo contrario. Por mi lado, el congreso nacional de mimos seguía mis pasos; me habían seguido unas tres cuadras. Me miraban, me saludaban, me desafiaban y yo no sabía si reír o gritar, pero en ese momento opté por estar como ellos, con la boca bien ce-
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rrada, sin decir nada. Ese día en el mundo se celebraba el Día del Orgullo Gay, en Perú el Día del Ceviche, era obvio que en Arequipa estos personajes también tenían algo que festejar. Aquella noche las calles estaban alborotadas, Arequipa tenía el primer festival “Oye Arequipa”, donde tocarían todas las bandas locales, y en el teatro municipal el Dúo Antología cantaba “Hoy me iré”. Esa era exactamente mi música de fondo: “…hoy me iré”, y me estaba yendo rumbo a Cotahuasi. Coincidencias de la vida.
Aquí estoy. Me he quedado sin habla, mudo, igual que los mimos que vi, cuando uno por uno los compañeros de esta expedición se van presentando y comentando sus recientes ascensos. – El Misti lo hice en cinco horas entrenando –, me dice uno de ellos estrechándome la mano con cierta fuerza innecesaria; el otro acaba de bajar del Ampato casi corriendo. Surge una voz por ahí – el Coropuna este año se ve más fácil que los anteriores, no he tenido problemas. – Todos hacían gala de sus recientes ascensos, una a una desfilaban sus grandiosas aventuras; yo, sin decir nada, calladito en un rincón, me frotaba las manos y me decía, amedrentado por lo que se venía, “¿dónde carajos me metí?”.
Estos lugareños eran unos monstros, sin contar con mi amiga Paola a quien solo le falta el Solimana para completar todos sus 6 mil en Arequipa. Cuando les dije que venía de Lima, se oyeron algunas risas, como quien se ríe de un resbalón del Chavo del Ocho, pero así somos las personas cuando sabemos que estamos jugando en área local.
Nos faltaba recorrer diez horas aún, desde que habíamos salido de Arequipa, diez horas en camioneta, diez horas más de ca-
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Foto anterior, el autor del articulo posando frente al Solimana. Y bajo estas líneas, un descanso del grupo en el duro ascenso a este seismil sureño. |
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rretera sin asfaltar. Era, para mí, una situación agobiante. Media hora atrás habíamos pasado el Cotahuasi, faltaba poco para llegar a la quebrada Sorac. – Media hora más y llegamos –, nos avisa el chofer. Hace buen tiempo llevo escuchando esas mismas palabras y un extraño murmullo. Son las siete de la mañana y hace mucho frío, probablemente estamos bajo cero, por eso nos vemos obligados a dejar la camioneta dos horas después de haber llegado. – Ojalá caliente, ¡que haya un poco más de sol! –, gritamos al sentir el viento helado en nuestros rostros. La espera dentro de la camioneta fue innecesaria, el clima siguió tan frio como al principio. No hay arrieros, tampoco asimilas, mucho menos lugareños, entonces nos vemos obligados a portear, echarnos la mochila a la espalda y avanzar. Hemos caminado ya más de cuatro horas y estoy cansado. |
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