Rastrearon con sus bastones por horas, con el fin de encontrar por lo menos el cuerpo de las personas que habían sido enterradas por el alud. Estuve toda la noche tratando de imaginar ese momento, debió ser terrible.

Estoy absorto en mis pensamientos fatalistas cuando una voz desesperada me trae de regreso a la cruda realidad: “es el mismo sonido que se oyó en Ampato antes del alud, es el mismo sonido conchasumadre”. Nos miramos aterrorizados. Las palabras de Paola golpean mi cabeza y comienzo a imaginar los cuadros más horrendos sobre avalanchas que he visto por los medios. Todo aparece en color sepia. Rápidamente trato de ajustarme el arnés, de pronto me doy cuenta de que ninguno de nosotros estaba encordado… La cuerda, la cuerda carajo, todos gritan pidiendo la cuerda, y demoramos lo que parece una eternidad para finalmente encordarnos, mientras esperamos que algo peor se nos venga tras ese sonido estruendoso. Demoramos demasiado en reaccionar, recién cuando se puso grave la situación nos dimos cuenta de lo que debíamos haber hecho antes de subir. Como dice García Marquez, “la sabiduría nos llega cuando ya no nos sirve para nada”. Pero seguimos, avanzamos, desafiando al Solimana.
Con cuidado, sin decir nada, hemos logrado salir de ese lugar. Una trepada más y listo. Es casi medio día y la nieve comienza a ablandarse, si antes eran 10 cm. de profundidad a hora, por tramos, parece ser el doble, nos llega hasta la rodilla.

No todos quieren seguir, algunos comentan que están felices con haber llegado hasta ese punto, por eso nos hemos dividido en dos grupos. Personalmente, quiero seguir subiendo.

 
Foto superior: la nieve suelta dificultó el ascenso, aquí la aproximación a la canaleta.
9:15 am. Un sonido fuerte y grave se escucha justo debajo nuestro, es como si una cuchilla viniera cortando nuestras huellas. Nos miramos perplejos, intuimos que algo malo ocurre aunque no sabemos bien qué es; el pánico se esparce, nuestras retinas se humedecen y alguien grita “¡es una grieta!”. El sonido es terrible, es tan fuerte que no nos deja pensar o reaccionar, estamos mudos y quietos, sometidos al Solimana. Recuerdo una conversación que tuve con Paola cuando estuve en la van, saliendo de Arequipa hacia Cotahuasi. Hablamos sobre sus ascensos: una peregrinación al nevado Ampato la había marcado, allí una avalancha se había llevado a más de quince personas y algunas habían fallecido. Ella se había salvado de milagro. Uno de sus amigos, que nos acompañaba en la expedición, también había estado en ese fatídico accidente.
   
 
Faltan solamente cien metros, ya estamos en el domo, nuestra líder nos anima y ahora somos solamente tres, el resto comenzó ya el descenso. Y entonces, olvidando todo lo que has vivido minutos antes, te llenas de algo más que solamente felicidad. Estamos en la cima, carajo, puedo ver el Coropurna. Marca hasta aquí tu GPS y bajemos. Ese día no hubo abrazo grupal. Uno a uno posamos para la foto, 1:40 pm. y el viento soplaba, el sol brillaba levemente, las nubes amenazantes se cobijaban sobre los 6,093 msnm que tiene el Solimana. Lo habíamos logrado.

El descenso no fue tan rápido como lo esperaba, seguíamos esquivando rocas que caían constantemente y con muy mala intención. La nieve seguía blanda y el frío de la tarde comenzaba a afectarme. 6:30 pm., estábamos llegando al campamento, yo era prácticamente un zombie, caminaba por inercia, pero ya no me preocupaba por nada. Esa noche ni el frío ni nada fue capaz de interrumpir mi sueño, esa noche nadie más habló, nadie dijo nada. Al día siguiente, muy temprano, volvimos a la carretera y ahí nos esperaba la van que nos llevaría de regreso a casa. A mí, solo hasta Arequipa. Por fuera, físicamente, estaba destruido, como diría mi amigo Alan, “hasta las wevas”; pero por dentro sentía una alegría inmensa que se reflejaba en la sonrisa que llevaba en el rostro. Y así, con esa sonrisa bien marcada, regresé a Lima en el último bus de la noche, el mismo que abordé ni bien bajé de la van. Mierda, otra vez el asiento no reclina bien y un mofletudo me ha tocado por compañero de viaje, pero nada de eso me va a afectar. Estoy regresando a casa después de haber hecho cumbre en el Solimana y eso no se logra todos los días.

Texto y fotos: Oscar Molina

  Bajo estas líneas: "Sin sufrimiento no se gana", luego de un duro ascenso el autor de la nota posa para la foto en la cima del Solimana.